26 jul 2021

Je me révolte, donc nous sommes: reflexiones para la ministra Pilar Alegría

Habitualmente, estamos rodeados de personas que nos dicen que nosotros no podemos hacer nada para cambiar las cosas que no nos gustan de la política, de la sociedad, de la educación... Yo hoy os digo que esto no es así. Será muy difícil que cambiemos algo si intentamos enfrentarnos a ello en solitario, pero la situación cambia cuando unimos nuestras fuerzas junto a otras personas con las mismas inquietudes y luchamos pacíficamente por lo que creemos que es correcto. Si aún no has encontrado a nadie junto al que luchar, te animo a seguir dando tus pequeños pasos en solitario porque, tarde o temprano, esa persona te encontrará a ti.

«Je me révolte, donc nous sommes.» (Albert Camus)

 
Dicho esto, vamos al meollo de la cuestión. La semana pasada se cerró el plazo para hacer aportaciones al Proyecto de Real Decreto de evaluación, promoción y titulación en la Educación Secundaria Obligatoria y, como últimamente estoy altamente indignada con lo que está pasando en el ámbito educativo, no perdí la oportunidad de hacer mis aportaciones concretas al texto. Eso sí, ya de paso, aproveché para enviar también las reflexiones que podéis leer a continuación.

No cabe duda de que los asesores y funcionarios pertenecientes al Ministerio de Educación creen estar trabajando en favor de la igualdad y equidad cuando, a través de sus propuestas, pretenden que los jóvenes adolescentes tengan más posibilidades de obtener el título de la Educación Secundaria Obligatoria. Así explicado, cualquier persona que no esté de acuerdo con sus decisiones aparece ante los ojos de la sociedad como un ser malvado que está en contra de toda mejora educativa. Y sin embargo, la LOMLOE y este Proyecto de Real Decreto que la despliega no hacen más que ahondar, una vez más, en la precarización de la educación pública.

El hecho es que, en cuestiones sociales, nunca nada es tan fácil de solucionar. Las personas que defienden la nueva legislación educativa demuestran su inmadurez cognitiva y su desconocimiento profundo sobre lo que ocurre a pie de aula. Como profesional vocacional de la docencia, estoy en disposición de afirmar que existe una gran variedad de problemas educativos de origen socioeconómico que nada tienen que ver con el sistema de enseñanza; pero también se hace cada vez más evidente que una parte importante de estos problemas los ha ido creando la clase política mediante las sucesivas leyes educativas.

La sociedad actual está basada en la inmediatez, en el consumismo y en el individualismo. Si lo que pretendemos es corregir esta realidad desde el ámbito educativo, la redacción de las normas reguladoras de la educación pública no debe desincentivar, en ningún caso, el esfuerzo de nuestro alumnado. Más bien al contrario, la normativa debería ayudar a desarrollar actitudes de resiliencia cuyo escollo principal a día de hoy es la dificultad extrema que tienen algunos niños y jóvenes para sobrellevar la frustración y aplazar las recompensas; unas recompensas que, dicho sea de paso, no deberían ser externas, sino internas, devolviendo al estudiantado un sentimiento que le hemos robado: el placer que se siente al aprender.

Desde el punto de vista del profesorado, es necesario destacar que las leyes educativas han ido contribuyendo, una detrás de otra, al cuestionamiento continuo de los docentes y al menoscabo de nuestra profesión. Y, por si fuera poco, ahora este Real Decreto, con la supresión del criterio de un máximo de materias suspendidas en la Educación Secundaria Obligatoria, nos deja desamparados en nuestras decisiones de evaluación, promoción y titulación.

Desde el Ministerio de Educación, se defienden estos cambios de criterio de promoción y titulación precisamente argumentando que, de esta forma, se le devuelve al equipo docente su autonomía para decidir en cada caso concreto. Sin embargo, como de costumbre, se dejan fuera la letra pequeña. La realidad es que, en caso de decidir que un alumno no promociona de curso o no obtiene el título de Educación Secundaria Obligatoria, el equipo docente está obligado a emitir un informe detallado que sustente su decisión; y, como el profesorado trabaja con personas en una profesión donde la objetividad absoluta (sobre todo si pretendemos evaluar por competencias) es imposible, siempre cabe la posibilidad de que la inspección educativa, a petición de las familias involucradas, intente revocar esa decisión de manera más o menos amable.

Repasando los argumentos anteriores, no sería descabellado pensar que el concepto de fracaso escolar que tiene el Gobierno de España (sea del color que sea) solo se aprecia en términos numéricos. Su objetivo es, pues, reducir el número de personas que acaban su edad de escolarización obligatoria sin obtener el título de la ESO. Este sería un objetivo muy loable si no fuera por el hecho de que pretenden conseguirlo a toda costa, repartiendo títulos a estudiantes que carecen de una comprensión lectora básica o cuyas competencias en producción escrita se limitan casi exclusivamente a los mensajes de WhatsApp; porque esto es lo que está sucediendo.

Actualmente, hay una gran cantidad de estudiantes que promocionan de curso o reciben el título con bastantes asignaturas suspendidas o con calificaciones bajas, y esto se debe a que el profesorado, siguiendo la normativa que indica que los alumnos deben ser evaluados de manera integral y por competencias, utilizan criterios de calificación cada vez más laxos. Hace tiempo que se nos empezó a decir que lo importante no es «saber»; desde hace unos años se nos ha dicho que lo importante es «saber hacer» (pero claro, sin memorizar y, por lo tanto, sin saber); y ahora están empezando a decirnos que lo importante es «saber ser».

Que yo sepa, «ser» somos todos y, por lo tanto, cualquier alumno debe estar aprobado simplemente por ser y estar en clase. Esta retórica educativa, tan rimbombante como vacua, nos ha llevado a la situación actual. Hoy en día, para aprobar, no hay que saber nada ni haber aprendido nada durante el curso académico; el alumnado que se sienta tranquilo en su pupitre y hace ver que trabaja un poco (aunque se lo copie de algún compañero o haga las actividades a desgana y sin reflexión alguna), ya está aprobado con un 5.

El Ministerio de Educación nos obsequia, así, con un regalo envenenado, mientras se recubren con una aureola de benevolencia, ya que evitan que el alumnado salga «traumatizado» del centro educativo. Esta actitud extremadamente «buenista» no hace más que fomentar una sociedad repleta de adultos acríticos, consumistas y gregarios. De hecho, estos adultos ni siquiera son capaces de conservar esa felicidad que les regaló el sistema educativo con tanto mimo. Los obstáculos de la vida no son tan fácilmente salvables cuando empiezas a darte cuenta de que, en el fondo, siempre has sabido que eres un ciudadano incompetente despojado de herramientas educativas y emocionales para encarar una frustración y un esfuerzo al que nunca tuviste que enfrentarte durante tu itinerario educativo.

1 comentario:

jordi dijo...

Muy interesante reflexión Teresa.

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